Hace un par de días recibí varias llamadas que no atendí, con números de teléfono cuya características pertenecían a otras provincias, pero luego de que mi señora recibiera llamadas de números similares, decidí llamar yo para ver qué era. Del otro lado me atendió una voz masculina, muy correcta, diciéndome que eran parte de una oficina de atención al cliente de una de las tarjetas de crédito que utilizo. Luego de aparentemente chequear el motivo de las llamadas que me habían realizado, me explica que era por una compra retenida, realizada a mi nombre. Un televisor de 52 pulgadas. Estando muy seguro de los medios de seguridad que utilizo, noté la posible estafa, y le seguí el juego para hacerle perder el tiempo y burlarme. Luego de reírme del estafador, recibí un mensaje de whatsapp con un insulto que no voy a repetir. Entonces, una pequeña alarma se encendió en mi cabeza, la que me hace analizar mis propias conductas cuando hago o podría estar por hacer algo indebido. ¿Quién era yo para burlarme de la persona que estaba del otro lado? ¿Cuánto sabía yo de lo que estaba viviendo esa persona? Algunos de los que me conocen saben que además de dedicarme al arte, también tengo un máster en criminología, y esta ciencia estudia también el origen del delito. ¿Cómo podía yo ponerme en juez de las actitudes de un otro, cuando lo que aprendí era otra cosa? Entonces, en vez de contestar el insulto, le propuse hacerle una nota anónima. Yo no sabría más de lo que él decidiera contarme.
La persona del otro lado leía los mensajes, pero no contestaba. Yo ya había encontrado un sesgo de humanidad, quizás hasta de culpa, y además una historia, y Dios sabe que no me detengo cuando encuentro una buena historia.
Al final, el contestó. Le llamaremos “Juan”, para dotarlo de esa humanidad que el anonimato le quita.
Juan es un hombre adulto, no se encuentra en nuestra provincia, se animó a hablar conmigo, quizás porque necesitaba hacerlo. Quizás porque todos necesitábamos escucharlo… y yo pregunté.
César– Juan, ¿considerás que lo que haces es un trabajo?
Juan– Mirá… como esta la cosa lo tomo como un laburo, porque una, estoy preso, y tengo familia, y llevo 8 años en cana.
César– ¿Cuántas horas al día trabajás?
Juan– Todo el día, casi. Transpiramos la camiseta porque por ahí hay requisa y podemos perder el celu, y se perdio el trabajo.
César– ¿Cuánto ganás por mes?
Juan– Es relativo… Por ahí caen, por ahí no cae nadie… pero es parejo, somos muchas bocas. ¿Cómo te puedo decir? Es una empresita… si ganamos, repartimos todo iguales, pero por eso no te digo que es como un trabajo, porque por ahí podés tener mucha suerte y llevarte mucha, y por ahí pasan semanas y no hacés ni un mango
César-¿Habías realizado otras actividades ilegales o empezaste con estas?
Juan– No… como esto no… yo por lo menos nunca… pero estoy pagando una condena por robo, y lamentablemente tenés que seguir luchando por tu familia que dejaste sola a la deriva… solos…
César– Juan, crees que la situación actual de la economía del país es parte de lo que te lleva a dedicarte a esto?
Juan– ¡Sí! yo creo que no solo los presos hacemos esto. Se que afuera tambien hay gente que lo hace, por cómo está la cosa, y prefieren hacer esto que meter un caño, que venis con siete años mínimo de cárcel mas la residencia.
César– Si te ofrecieran otro trabajo, en el que ganaras igual, ¿lo harías?
Juan– ¡Sí! Siempre espero la oportunidad de cambiar mi vida… no solo por mi, si no tambien por mi familia.
César-¿Pensás en la gente a la que estafás?
Juan– Si… ovbio que pienso en el daño… no soy ignorante. Aparte, también conozco de Dios, y se que está mal, pero… no quiero atajarme con lo que digo,pero no me queda otra… los jueces y los fiscales son muy duros… te dan años como si fueran caramelos, y no te ayudan a nadie a no reincidir cuando salís. El mismo sistema está hecho para que esto sea un negocio, y nosotros somos para ellos su ratoncito de laboratorio.
Es más, hacen más cárceles, pasan un presupuesto a la Nación, que nada que ver de comida, de trabajo, de todo… y son mentiras… no dan nada… Si solo somos un número para ellos… para que crezca su corrupción. Acá, hasta la misma policía te trae las cosas: celulares, droga, cargadores… todo es corrupto. Y eso ni bola le dan los jueces, con tal de que ellos tengan su parte. Es todo una cadena alimenticia.
César-¿Hay mucha competencia en lo que hacés?
Juan-Sí, muchisima. Me he encontrado con locos que jaquean piola de Venezuela, que trabajamos un par de veces en conjunto por que ellos nesecitan la voz, y tienen ususarios y claves de banco entonces nosotros le caemos con algun chuko para colarle a la cuenta y darle, como quien dice
César-¿Soñás con un país mejor?
Juan– Sí… yo todos los días sueño con estar libre, y tener un trabajo y poder
mandar a mis hijas al colegio… que tengan para comer… vestir… se que lo material no es todo, pero es indispensable.
César-¿Querés algo distinto para tu familia, o no te molestaría que se dediquen a lo mismo?
Juan– Quiero lo mejor para mis hijas… que tengan un futuro mejor que el mio… no como yo que pase toda mi vida en cana… me moriria si algo malo, como a mi, les pasara.
Juan se animó a enviarme algunos audios. Me explicó que hablar conmigo era peligroso. Le podía costar el trabajo, el pabellón, o incluso la vida misma. Me volvió a repetir su gran preocupación, que era su familia, y me reiteró su denuncia contra un sistema que está hecho para que no puedas liberarte de la delincuencia. Me trato con humildad de “hermanito”, y no dejó de hacerme saber que se sentía solo una parte pequeña de un aparato de corrupción que utiliza las cárceles para sostenerse.
Quiero aclarar, para terminar esta nota, que no justifico la delincuencia, pero siempre hay que saber de dónde proviene para intentar buscar una solución. “El conocimiento os hará libre”, decía Sócrates. Hay muchas personas que creen que para acabar con la delincuencia hay que acabar con el delincuente. Los escucho y leo todos lo días. No coincido para nada con eso. Los delincuentes existen porque son parte de un sistema que los necesita. Entonces cambiemos el sistema, pero allí aparecen los que piensan en revoluciones de odio… ¿ Y si quizás sean las pequeñas cosas que cada uno pueda aportar a la sociedad lo que haga que algo cambie, desde el lugar que nos toca?
En dos meses, a mi me entraron a robar siete veces. Soñé con agarrarlos. Me angustié. Los odié. Y ahora me pregunto, si los hubiese agarrado, ¿habría menos delincuentes? ¿O habría más Juanes lejos de sus hijas, viendo cómo sobrevivir y regalando dinero a alguno de sus carceleros? Y pregunto, sin tener la respuesta, ¿cuál es la solución?
César Albarracín
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