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Con la escuela al hombro, un maestro recorre los campos para asistir a sus alumnos

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Pese al aislamiento, Ricardo Periga, director de la escuela rural nº48 de Árbol Solo, en La Pampa, no descuida a sus alumnos. En su propio vehículo, les lleva tareas, alimentos y computadoras para que el aprendizaje no se detenga.

Cada quince días, Ricardo Periga, director de la escuela rural N° 48 de Árbol Solo, se sube a la Ford-100 para recorrer más de 250 kilómetros en un trayecto que le demanda 7 horas por el monte bajo de La Pampa, para entregar tareas, computadoras y alimentos a sus estudiantes que, por la pandemia de coronavirus, quedan incluso más alejados de sus clases.
En la Argentina, unas 15.000 escuelas rurales reciben entre 10 y 150 alumnos que, en muchas ocasiones, comparten la sala en un plurigrado donde un docente imparte clases en varios niveles y áreas, según cifras oficiales.
Ricardo Periga es director de una de esas escuelas, que a causa de la pandemia, también está cerrada; y es por eso que, para asistir a sus siete alumnos con materiales didácticos, pero también un bolsón de alimento que puede esconder los chocolates y las computadora que suelen usar, para seguir conectados de alguna manera.
La tranquera en cada campo es el punto de encuentro y en ellas, se sintetizan las historias. Allí el director, a quien acompaña en el largo recorrido el portero de la escuela, Darío, entrega los bolsones de comida, con alimentos secos que provee el Estado y “en esta oportunidad, voy a incluirles golosinas y chocolates”, confiesa Ricardo a Télam, como si fuera una picardía secreta.

En el corazón de La Pampa

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La escuela rural está en Árbol solo, un paraje con unos 200 habitantes en las proximidades, que corresponde al Departamento Chalileo, en el oeste provincial y es el único pueblo de La Pampa que no está incluido en el Censo Nacional como localidad.
Fue fundado el 24 de diciembre de 1924 por Jesús Alonso, propietario del único almacén de la zona y lugar de encuentros, y según cuenta la leyenda, su nombre nace porque el trueque que los aborígenes de la zona hacían con el “huinca”, era bajo la sombra de un solo árbol, un caldén. Se encuentra a 215 kilómetros de Santa Rosa, la capital provincial.
Hoy está reacondicionada a los nuevos tiempos, con calefacción central, un dormitorio para las niñas y otro para los varones; el comedor con un solo televisor cuyo servicio de canales paga de su propio bolsillo el director.

Escuela de vida

Ricardo comenta que en la zona “no es posible armar una huerta. Tuvimos la intención, no solo para poder abastecer en parte la demanda de la escuela sino por la experiencia para los chicos y el aprendizaje, pero por la aridez del suelo, fue imposible”.
Los alumnos y alumnas residen en la escuela y visitan a sus familias cada 15 días. Si bien la matrícula hoy es de solo 7 estudiantes, tiempos atrás, cuando la actividad rural vinculada a los peones de campo era dinámica, la cantidad de chicos era importante; pero ahora muchas de esas familias, en la búsqueda de nuevos horizontes laborales, se fueron a los pueblos más cercanos.

Docente de alma

Ricardo es docente hace más de 30 años, hoy ejerce como director de la escuela y cerca de los 60 años se ríe de sus canas y se reprocha ser un gran fumador, pero confiesa a Télam que de nacer de nuevo “elegiría la docencia rural porque si bien me aleja de mi familia, que ya ni me incluye en los cumpleaños, aquí vivo cada momento con una intensidad única”.
“Ya pasará todo este tiempo triste y duro”, dice Ricardo mientras termina de cargar la camioneta con los bolsones y cruza los dedos para que la suerte sea su compañera, en medio del monte pampeano donde los caminos son tan sinuosos como solitarios. Telam

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