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El conmovedor último mensaje de WhatsApp de una enfermera que combatió al coronavirus hasta su propia muerte en Nueva York

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Madhvi Aya trabajaba en la sala de emergencia de un hospital de Brooklyn. Contrajo COVID-19 y su cuerpo no resistió el embate el fatal virus. Permaneció aislada por un mes sin que su marido o hija pudieran darle la mano o despedirla

Un descuido imperceptible, o el intrigante y misterioso camino que recorre el coronavirus Sars-CoV-2 para ingresar en el organismo, fueron fatales para Madhvi Aya, una enfermera de 61 años de Brooklyn, Nueva York, que murió en el frente de la batalla que se libra contra la mortal enfermedad infecciosa nacida en Wuhan, China en noviembre pasado y que fue declarada como pandemia en los primeros días de marzo. Durante semanas combatió sin descanso a la cepa que hace estragos en el mundo pero especialmente en su ciudad, que la vio partir.

Permaneció tendida en una cama en el Woodhull Medical Center durante un mes. Sabía, mejor que cualquier otro, lo que el COVID-19 estaba haciéndole a su cuerpo. A sus músculos, órganos, humanidad. Allí, en las primeras semanas de marzo comenzó a comprender el alcance de la enfermedad. Era quien, en la sala de emergencia, recibía a pacientes con diferentes síntomas, ordenaba test y disponía de los tratamientos primarios hasta derivarlos a un médico. Estaba, gráficamente, en la primera trinchera.

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Nacida en India, Madhvi se mudó a los Estados Unidos en 1994. Allí formó su familia: su marido Raj y su hija de 18 años, Minnoli. Vivían en Long Island, pero como cientos de miles de familiares alrededor del planeta, no podían visitarla. Pasó el último mes de agonía en soledad, en una cama aislada en el hospital en el cual trabajó por décadas. Pero los mantenía informados: utilizaba su teléfono para enviarles mensajes. En ellos les describía los profundos dolores de pecho que tenía. “No mejor del modo en que debería”, le escribió a su marido el 23 de marzo, según reconstruyó The New York Times.

Ambulancias fuera del centro de emergencias en el Centro Médico Maimonides durante el brote de coronavirus en el distrito de Brooklyn de Nueva York (Reuters)

Pero a medida que la enfermedad avanzaba en ella, sus textos se hacían más esporádicos, no tan frecuentes. Su familia desesperaba. Era un claro signo de que algo no andaba bien. De que su cuerpo ya no estaba respondiendo a los medicamentos y que su vida se apagaba. Lentamente. Minnoli le escribió desesperanzada, llena de energía. Con sus dedos llenos de amor y mojados por las lágrimas que le brotaban sin contención posible desde sus ojos. Fue la última vez que Madhvi le respondió. Era el 25 de marzo.

– ¡Buen día, mami! ¡Es un nuevo día! Todavía estoy rezando para que vuelvas a casa y a mí a salvo. Necesito a mi mami. Necesito que vuelvas a mí. Tú eres la única que me entiende o trata de entenderme. Y no puedo vivir sin ti. Ninguno de nosotros puede vivir sin ti. Confío en ti, por favor, defiéndete. No te rindas porque yo no me rindo. Tú eres muy fuerte, mami. Te amo mucho más de lo que puedas imaginar.

– Te amo. Mamá volverá.

Horas después, el corazón de Madhvi dijo basta.

El de la asistente médica de Brooklyn es uno de los cientos y miles de casos alrededor del mundo de profesionales de la salud que perecen en el intento de salvar vidas. La mujer había tenido sus primeros síntomas y mantenida en cuarentena en su casa hasta que a los pocos días su salud empeoró. “Ella siempre estaba allí para nosotros, por cualquier cosa que necesitáramos. Pero cuando se enfermó, ninguno de nosotros estuvo a su lado”, dijo Raj

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