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Los periodistas que mostraron el horror: cómo el mundo descubrió los campos de exterminio nazis

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Dos corresponsales de guerra ingresan al campo de concentración de Ohrdruf, el primero de los liberados por los Aliados. Uno de los hombres de prensa no solo es fotógrafo, también busca a su madre. El horror se les impone. La difusión de las fotos en todo el mundo muestra por primera vez el infierno

El corresponsal de guerra y el fotógrafo detuvieron su vehículo en medio del camino desolado. Un espectro se acercaba a ellos. Por un momento dudaron: no sabían si se trataba de una alucinación o si la escena estaba ocurriendo de verdad. Se convencieron de que no era un espejismo. El hombre más flaco del mundo les hacía gestos para que se detuvieran. Unos harapos apenas cubrían su cuerpo. Cuando se acercaron intentaron entender qué les decía. Pero tenía demasiado para contar y casi nada de energía. Las frases se chocaban entre sí. La potencia de las primeras sílabas se perdía antes de terminar la palabra y su mensaje se convertía en un mazacote ininteligible. Lo ayudaron a subir al jeep. Le dieron agua y algún alimento. Más calmo y reconfortado por la comida, les señaló el camino a tomar. Y les prometió que si seguían sus indicaciones presenciarían algo que nunca olvidarían en su vida.

Marshall Levin, periodista norteamericano, y Eric Schwab, fotógrafo francés, fueron los primeros en ingresar al campo de concentración de Ohrdruf. Fue hace 75 años. Ese 4 de abril de 1945 Ohrdruf era el lugar más muerto del mundo. No había vida en ningún rincón del predio. Una postal para perder la esperanza en el género humano.

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Ese paisaje tenebroso era la peor confirmación de algo que se conocía imprecisamente, algo de lo que nadie quería convencerse que era realidad. “Lo sabíamos. El mundo había oído hablar de ello. Pero hasta ahora ninguno de nosotros lo había visto. Fue como si al fin penetráramos en el lado oscuro del corazón, en el más despreciable interior del corazón maléfico”, escribió Meyer Levin.

Ohrdruf, ese primer campo encontrado y luego olvidado en la historiografía, era uno de los más nuevos. Había empezado a funcionar a mediados de 1944. Primero llegaron 1.000 evacuados de Auschwitz. Llegaron a pasar por ahí, en ese escaso tiempo, 25 mil prisioneros. Las condiciones de vida eran terribles. Alguien dijo que si una persona llegaba a Ohrdruf en buen estado físico y de salud en menos de un mes estaba al borde de la muerte. Sin higiene, sin comida, con jornadas laborales de 15 horas y maltratos físicos constantes. El agotamiento los consumía.

La evacuación tuvo lugar un par de días antes. El 2 de abril fueron lanzados al frío y a una larga ruta 12 mil prisioneros. Muchos murieron a los pocos kilómetros.

Dos días después llegaron los periodistas y las tropas aliadas.

Una aclaración necesaria: la liberación de los campos de concentración no era un objetivo prioritario de los Aliados. Los iban hallando en medio de su avance en territorio alemán y en ninguno encontraban oposición. Los nazis los habían abandonado y habían trasladado a los prisioneros en caminatas infernales.

Los tremendos retratos de los prisioneros que sacó el fotógrafo Eric Schwab en Dachau en abril de 1945 (AFP/ Eric Schwab)

Los alemanes habían evacuado el lager unas horas antes ante la inminencia de la llegada de las tropas norteamericanas. Las bombas, los camiones corriendo por las rutas y las tanques avanzando hicieron que arrearan a los detenidos que todavía sobrevivían hacia otro lado. En el camino varios murieron, otros fueron asesinados y unos pocos lograron escaparse. Los oficiales nazis buscaron refugio donde pudieron.

En la entrada del campo de concentración 29 cadáveres formaban un círculo irregular. Eran los últimos que habían sido acribillados antes de la fuga. Pero esa imagen sólo era un anticipo de lo que iban a encontrar los visitantes. En una barraca los cuerpos sin vida se apilaban desordenadamente. Un depósito caótico de cadáveres. El hedor era insoportable. Cada uno de los sentidos se veía repugnado por el cuadro.

Alguien había amontonado a las víctimas en ese sitio. Detrás de la barraca una montaña de tierra auguraba que el desastre continuaría. Meyer y Schwab seguían el recorrido insensibilizados. Tal había sido el impacto que ya no podían pensar, ni distinguir. Schwab hasta perdió su reflejo natural. No pudo en ningún momento alzar la cámara que colgaba de su pecho. A Meyer ni siquiera se le ocurrió sacar de su bolsillo la libreta de notas.

Cuerpos tirados en cualquier lado y tres enormes trincheras al fondo. 4 metros de profundidad, 4 metros de ancho y 15 metros de largo. Ahí los nazis descartaban a los muertos. Pero en un momento se percataron que ese espacio era insuficiente dado el flujo incesante de asesinatos y alguien dio la orden de remover los cuerpos lanzados a esas zanjas y quemarlos. No llegaron a completar la operación porque debieron fugar antes.

Las atrocidades en Auschwitz en esta imagen de los prisioneros frente a un alambre electrificado en el campo de exterminio (Northcliffe Collection/ANL/Shutterstock)

Pocas horas después que los dos hombres de prensa, las tropas norteamericanas llegaron a Ohrdruf. Los soldados se movían con lentitud, incrédulos. Esto superaba todo lo visto, lo imaginable. Hacía más de un año que algunos recorrían el continente, desde el desembarco en Normandía. Habían superado batallas terribles y sobrevividas a noches imposibles. Pero nada los podía preparar para eso.

A la mañana siguiente, Hayden Sears, el general norteamericano de la división, ordenó a sus soldados ir hacia la ciudad y traer en los camiones del Ejército a la mayor cantidad de pobladores. Les daría una visita guiada. Lo que había sucedido en Ohrdruf no podía ser contado ni recreado. Debía presenciarlo la mayor cantidad de gente para que tomaran real dimensión del horror.

No se ha podido determinar si fue una iniciativa de Hayden Sears o la orden llegó de sus superiores. Lo cierto es que esa manera de proceder se repitió luego en cada campo de concentración descubierto por los norteamericanos. Las autoridades de las ciudades más próximas y los ciudadanos comunes eran obligados a recorrer las instalaciones de los campos. Los muertos no eran removidos hasta que todos pasaban por allí. Luego eran enterrados. En ese momento, las tropas norteamericanas dividían las tareas en dos. La mitad de esos alemanes vecinos a los lagers cavaban las fosas comunes; la otra mitad cargaba y trasladaba los cuerpos hacia ellas.

Infobae

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